El verano pasado, a tan solo un día de mi cumpleaños, mi
familia y yo asistimos a un almuerzo en casa de una de mis tías. Como suele ser
en la ciudad de Tarapoto, el calor era intenso y a todos nos provocaba entrar a
la piscina, y mucho más a los niños incluyendo mis dos pequeñas hermanas. Estuvimos
dentro del agua un buen rato hasta que llegó la hora del almuerzo, yo las había
estado cuidando, una de ellas si sabía nadar mientras que la más pequeña tan solo
tenía 3 años pero le encantaba jugar en la parte meas baja. Quise salir junto
con ellas del agua pero al igual que los demás niños, ambas se resistían, decían
que aún no tienen hambre y querían seguir jugando un ratito más. A tanta
insistencia, consulte con mi mamá sobre si dejarlas dentro o no y aceptó, pues
nosotros estaríamos alrededor mirándolas y sólo aconsejamos a la menor que no
intente pasarse a la parte más honda. La comida estaba deliciosa, entre todos
conversamos, bailamos y nos reímos un montón sin perder de vista a los niños
dentro de la piscina y todo parecía estar muy tranquilo, e incluso junto con mi
mamá estuvimos contemplando un rato cómo jugaban. Pero de un momento a otro,
Massiel, la menor de mis hermanitas avanzó hacia Alicia, la más grande, dando
un paso en la parte honda y ocasionando el grito y la desesperación de mi mamá
y de todos los invitados que voltearon a ver qué sucedía pero en unos pocos
segundos, yo ya estaba dentro del agua con ropa y zapatos encima, pues tenía
que salvar a la más pequeña de la familia. Y así fue, la saqué a tiempo y sin
mayores sustos, aunque nos tomó unos minutos salir del asombro y la preocupación.